Siempre vemos casos de enfermos y situaciones en hospitales y pensamos «NO tiene por qué tocarme a mí» hasta que ocurre y empiezas a ver la vida de otro color, valorando más los ínfimos detalles
Me encontraba entre cuatro paredes azules, escuchando únicamente la respiración de mi abuela, que había sido ingresada días atrás por insuficiencia respiratoria.
No era santo de mi devoción estar en aquél lugar, odio los hospitales, sus camas, huele muerte en el ambiente, pero sí me gustaba cuidar de mi segunda madre, hablar con ella, mantenerla distraída, intentar que no perdiera la sonrisa que ya se le agotaba poco a poco.
El tiempo allí corría a cámara lenta, los minutos parecían horas, las noches, años.
Disponía de mucho espacio para meditar, arrepintiéndome de que jamás había disfrutado lo suficiente de mi abuela, tiempo es lo que había perdido, pero cuando salieramos de ese horrible sitio lo iba a aprovechar al límite, hay cosas que no se nos regalan para perderlas
En vela, entre cafés y maratones en el pasillo, indeciso, quemándome el alma de incertidumbre, salas de espera colmadas de lágrimas y desesperanza, habitaciones contiguas con decenas de casos distintos, a cuál peor, y yo me quejaba de mi vida, cuando más de una de esas pèrsonas postradas en una cama, firmarían permanentemente mi situación
Diez u once días transcurrieron, en lo que una tarde me dió la curiosidad de asomarme a una de las habitaciones, dónde se encontraba un niño pequeño, y algo me empujó a entrar y hablar con él, pues estaba allí solito.
Le pregunté que hacía en ese lugar, qúe le pasaba, cosa que me imaginaba porque no tenía pelo y se veía muy demacrado...
Me contestó que padecía leucemia y que estaba en aquél lugar porque no habían encontrado ninguna medicina para que se pudiera curar. -Voy a morirme- me dijó, y a pesar de eso sonreía
Quedé muy tocado, lo que me invadió el cuerpo fué tan inexplicablemente fuerte, que abandoné la habitación.
No era capaz de entender como alguien tan pequeño, que apenas sabía nada de la vida, podía dejar este mundo, no era justo, algo cruel, despiadado
Volví con mi abuela, quedé inmóvil, sin alzar palabra, me preguntaba como alguien , a pesar de ser consciente de que su vida se agotaba podía sonreir. Aquella noche no dormí en absoluto
Al día siguiente volví con el niño y observé que jugaba con muñequitos de plástico, soldados e indios y le pregunté que si podía jugar con él.
Por supuesto me dijo que sí, empezando así una bonita e inolvidable amistad, que con el tiempo me marcaría y jamás podría pasar desapercibida, lo que me daría fuerzas para superar muchas situaciones
En medio de aquella lucha, de aquella tristeza, el hospital me dio una razón, algo que me ayudó a entender muchas cosas, a valorar todo, a aprender de alguien enfermo terminal.
Pasaron los días y ambos eramos uña y carne, ese chico era como un hermano pequeño, el que siempre quise y nunca tuve, hasta ese momento
Cada día empeoraba, su madre siempre salía fuera al pasillo a llorar, estaba destrozada, nunca los padres deberían ver a morir a sus hijos, y menos tan pequeño, ese diminuto ángel con un corazón tan enorme...
Estoy intentando contar esta historia tal y conforme pasó e incluso me cuesta hacerlo, me estremezco, me rompe el alma, me desata lágrimas una y otra vez
Sacaba fuerzas para que nunca me viera mal, reíamos, le contaba chistes, cuentos, pasaba todo el tiempo que podía con él, lo acompañaba a dar paseos, observábamos atardeceres a través del cristal de la ventana, sus días se apagaban, pero su esperanza no.
Después de ver un poquito la tele, esa tarde él estaba muy serio, muy decaído y empezó a hablarme. Me dijo que yo para él había sido un hermano mayor, un héroe, sólo por el hecho de haber jugado con él, haberle contado historias y haber provocado sus sonrisas. Me comentó que él sabía que iba a morir pero cuando pasase lo haría siendo feliz, pues había aprovechado todo su tiempo, haciendo todo lo que le gustaba, una vida pequeña pero intensa.
Yo no aguantaba eso, la entereza con que pronunciaba esas palabras, y que alguien me dijera eso a mí, era algo grande, único.
La vida es una constante lucha me dijo sonriendo. «Siempre tienes que luchar contra cualquier cosa, vivir a tu manera, nunca rendirte, es como uno de esos soldados con los que jugamos, una guerra en la que sobreviven los más fuertes»
Dicho eso, me abrazó y yo lloré, no me pude contener más, en momentos así te puede la firmeza, no te contienes....
«Gracias por todo y no llores, tienes la vida por delante, haz todas las cosas que yo no he podido hacer» Afirmé con mi cabeza y me despedí hasta el día siguiente
Estaba feliz y triste a la vez. Jamás nadie me había dicho algo así, las ganas de vivir y de aprovechar cada minuto me habían cambiado la vida, pero como era de esperar la tragedia me envolvió....
La tarde más gris de mi vida me golpeó cuando entré a la habitación del niño y ya no estaba, sólo su madre sentada en la cama esperaba. Me miró y sonrió tímidamente, dejando escapar un gracias y un abrazo.
Tomó mi mano y me dió uno de los soldaditos de plástico con los que jugábamos diciendo «Lo dejó para tí» y se marchó.
El vello de punta, destrozado, abatido, la muerte se salió con la suya, fué más fuerte que la ilusión y las ganas de vivir de esa criatura...
Las tardes jamás fueron igual, faltaba esa pequeña magia, esa realidad, ese todo... Pero tenía que ser fuerte, lo prometí, aunque me costó muchísimo superar aquello.
Una estrella pequeñita y cargada de luz nació en el cielo, y sin pedirlo y esperarlo me guió, me cambió, aprendí de ello
Mi abuela recibió el alta y nos fuimos a casa, nostálgico, porque aquél lugar que tanto odiaba me había enseñado la lección más importante de mi vida.
Días después la muerte acudió de nuevo y se llevó a mi abuela, la dejó inerte, sin vida, sin sufrir, su respiración se cortó...
La vida se había cebado conmigo y mi entorno, había extinguido en días la llama de dos increíbles e irreptibles personas...
Como un soldadito de plástico tenía que seguir; Debía luchar para cuidar de mi abuelo y de mi madre, pues ahora dos ángeles en el cielo me ayudaban y me protegían...
A día de hoy gracias a auellas palabras he afrontado y soy capaz de seguir afrontando todos los obstáculos que me tenga el destino, pues jamás olvidaré que tengo algo que no todo el mundo posee: Una vida para aprovecharla y vivirla al máximo.
Siempre hago cosas de niños, me comporto como tal porque la niñez nunca hay que perderla, porque le dije que haría las cosas que nunca él había hecho, porque en el fondo, esa ángel vive conmigo...
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