Es al final de nuestra era, cuando la vida gira, como una noria plagada de luz circular, dibujando una elipse en la noche, viajando en el tiempo
Las palabras retroceden, años atrás, recordando lo bello, enrevesando las impertinencias
Y en ese instante despierto en aquél campo, bañado en dientes de león, que se deshacen como pequeños insectos cuajando en campos de algodón, donde la ansiedad se esfuma arrastrada por las aspas de los molinos de viento, ubicados en la inmensidad de la dehesa
Tanto tiempo transcurrido, aún así evoco las miles de golondrinas, cuyo vuelo al unísono, en bandada, me soprende al lanzar una piedra al dorado campo de trigo
El arruyo del blanco y delicado río me hechiza, como un canto de sirena inevitable, cuya memoria me recuerda parte de aquellos días, volatilizados de promesas
La orilla maquilla tu silueta, postrada ante aquél viejo árbol, lugar en el cuál nuestro amor tomaba las riendas de nuestro mundo apasionado
El universo reanudaba las cosas a su posición ideal, donde jamás tenían que haberse producido cambios. Lo que tenía pinta de ser un punto final, sólo fué punto aparte
No sé ni siquiera si es real; Me pellizco la mejilla mientras te observo tenderme la mano, desubicándome en el fondo de tu mirada de aguamarina
La fragancia del instante sabe a segunda oportunidad, se corona en perdón, entonces lo supe;
Que siempre te quise por encima de todo, hasta tal punto que hice lo imposible; Volver atrás en el lapso, con el único desenlace posible: Permanecer a tu lado
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