miércoles, 4 de diciembre de 2013

La chica de las postales navideñas

Caía la Nochebuena en esta linda ciudad, a orillas de un pequeño río cristalizado, escondida entre un oprimido valle con montañas nevadas de alegría. Peculiar paisaje de ensueño para disfrutar de las fiestas más entrañables que existen sobre la faz de la Tierra.
Me encuentraba sóla, echando de menos mi infancia, cuando la magia trazaba felicidad destelleante en esta época, que hoy invadía mi nostalgia de recuerdos carismáticos.
22 años caían sobre mis espaldas, no tenía a nadie, incluso mi ángel de la guarda me abandonó a mi desdichada suerte, huérfana de famila, perdida tras una cortina de infelicidad.
Patinando sobre una pista de hielo desierta, sin mas compañía que los sonidos de fondo; Grupos de niños de puerta en puerta deleitando con sus cánticos celestiales, pasos apresurados con las compras de última hora, felicitaciones entre callejones y portales, hermosas luces brillando por cada rincón de una noche supuestamente especial.
Me dedicaba a repartir un poquito de magia por las calles, regalando postales de navidad a las personas; Postales que yo misma realizaba con elementos naturales.
Hojas de pino, hojas resecas relegadas del otoño,arena fina, pizquitas de nieve cuajada, piedrecitas, nenúfares del riachuelo, entre un sinfín de elementos, además de lápices de colores y pegamento de barra. Llevaba tres años así, me encontraba cansada, sin apenas nada que echarme a la boca, pues las propinas disminuían conforme el tiempo avanzaba...Aún así no me importaba, regalaba dichas tarjetitas por amor al arte, porque eran mi único entretenimiento durante el resto del año, que me hacía pensar que dibujaría sonrisas con el trabajo realizado por mis estropeadas manos, cosa que me otorgaba una pequeña estrella fugaz de alegría.
Conforme la noche iba entrando en calor, todo se volvía más frío y ameno. Mi cara era un poema, al pasar por las plazas; Ver parejas de enamorados besándose en los bancos, encendiendo llamas de Amor, familiares reencontrándose en la estación de tren, después de meses de maldita distancia. Y qué decir de los verdaderos protagonistas; Niños jugando al balón, con su cochecitos y muñecas, contándose sus historias, esperando al mago del Polo Norte, mientras mataban el tiempo haciendo batallas con bolas de nieve.
Mi corazón sufría, testigo de todo aquello que el tiempo me robó. Echando la vista a un cielo pálido, pedía deseos, consciente de que no iban a relizarse jamás.
Me dije a mí misma «No es momento de flaquear»; Tocaba repartir las tarjetitas con forma de hoja estrellada, que tanto tiempo había llevado en realizarlas. Tenía un pequeño saquito con cientos de ellas, ninguna igual, pero abstractamente bellas. Diferentes como las personas, únicas.
Y es que hay muchos tipos de personas; Algunos me daban bastantes monedas, otros simplemente la aceptaban sonriendo, y luego estaban los que te la negaban con la cabeza, como si se pensaran que solamente se la ofrecía esperando algo a cambio. Odiaba el egoísmo y el poco valor que le otorgaban a los ínfimos detalles.
Me consideraba como una ayudante de Papá Noel, adelantándome con esos pequeños regalitos, pero la desgracia es que daban más importancia a juguetes caros que a cosas hechas de corazón, y es tan sumamente triste... Poco me importaba, simplemente yo hacía un acto de buena fe, orgullosa conmigo misma.
El albedrío desaparecía, dando paso a la quietud de la ciudad. De vuelta observaba cientos de familias, sentadas a la mesa, degustando manjares exquisitos, calentadas por el fuego inamovible de lujosas chimeneas.
La plaza azul yacía solitaria, bueno no tanto, aún quedaban palomas bebiendo de la fuente, postradas a orillas del borde de piedra, regocijadas unas con otras, dándose calor, zureando melodías entre ellas. No entendía como era capaz incluso de esbozar una sonrisa.
Únicamente había recaudado algo de dinero para comprar un bocadillo caliente y un café que me sentó estupendamente. Mi hogar estaba en la calle, mi nochebuena podría llamarse de todo menos eso; triste, gris, fría, solitaria...
¿Por qué? Pregunta inútil, lo sé; Pues no hallaría respuestas donde sólo habitaba el silencio.
Me tumbé entre árboles escarchados, lejos de los sueños, atrapada en mi realidad, cubierta con una mantita de lana, regalo de mi madre, dirigiendo mis súplicas al limbo; Otro año más, nada cambió, o sí... Porque sólo recuerdo que de pronto cerré los ojos, y ya jamás desperté...
Espero ser recordada como la chica de las postales navideñas...


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