viernes, 20 de noviembre de 2015

Último momento

Las noches que llego a casa, después de duras jornadas de trabajo… Te encuentro casi completamente dormida, excepto esa pequeña parte de ti que procura resistir para regalarme la templanza de uno de esos besos de buenas noches, que tan solo tu sabes propiciarme.
Aprovecho para deshojarte en halagos, acabando por quedar rendida ante el zenit de nuestro balcón de estrellas, mientras ese cielo ni siquiera pestañea.
Me quedo a observarte un ligero ratito, mientras tu quietud me enamora más y más.
No cambiaría ninguno de los rincones que atesora tu cuerpo, por absolutamente ningún lugar del mundo; Tampoco canjearía el inimaginable precio de tu corazón, por cualquiera de las mayores riquezas del mundo.
Quizás te gusta hacerte la dormida para escuchar todos los pensamientos que emito en voz alta; Alomejor yo los digo porque sé que me escuchas con disimulo...Pero sólo veo que sonríes…
También podría ser que sueñes con algo que provoque esa sonrisa inconsciente en tu rostro, aunque lo veo menos probable, eres demasiado previsible en ocasiones como esta.
Antes de cerrar los ojos, toca llevar a cabo nuestra postura favorita; La Cuchara. Donde te abrazo por la cintura, apegando mi pecho contra tu espalda, provocando en ti un ligero gesto de comodidad, alentado por la suficiente suavidad para no despertarte. Y echo el telón a mis párpados, entre nuestras sábanas de terciopelo, fieles testigos, de que por momentos como este, tan simples y a la vez tan complejos, merece la pena la dureza del día a día, en cuyo último tramo, vislumbro mi recompensa: Tú.


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