Mientras
mi primera impresión fue la de tener frío, sus manos fueron
alzándose cada vez más cálidas. Su tacto acariciaba mi dolor con
su suavidad, convirtiéndolo en una dulce bendición.
Su
respiración contrastaba con el silencio de la sala… Y es que su
corazón era como un paisaje en primavera, cargado de retórica y
color; Un muro transparente expuesto para deleitarse.
Si
abrías su ventana, observabas un cielo añil… Me tropecé con sus
ojos, cayendo libre en su hechizo de verdad. Sólo así me sentí
capaz de caminar por los tejados, para que el firmamento me apresase
en su eternidad. Poco a poco fui tallando nuevos recuerdos, tapando
el triste manto de los de antaño; Y así empecé a renovarme...
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