Comienzas a sacar
juguetes de tu chistera, como por arte de magia. Inevitablemente
consigues sin quererlo, que regrese a mi infancia, que aún,
indagando un poquito en mis adentros, mantiene viva su chispa y
energía. Adoro que me muestres cada uno de los pequeños “chismes”
que te acompañan en tu primera aventura llamada “niñez”; Ese
moderno transformer, tus trenecitos, esa vieja y desgastada espada de
pirata, el avión de última generación capaz de lanzar misiles, tu
sencillo lote de bolos, ese medio desinflado balón de fútbol, el
tambor de plástico fino, tu libro de dragones en 3d entre otros
muchos…
No puedo evitar
sonreír. En esta etapa solo pensábamos en jugar, nos creíamos
invencibles, imaginábamos mundos, nuestra capacidad de ser
completamente felices con tan poco, superaba los porcentajes que
cambiaban al ir creciendo. Por eso, siempre debemos conservar nuestra
porción de críos. Porque cuando nos hacemos mayores, nuestros
problemas se multiplican, nuestros juegos cambian por estudiar mucho,
más tarde por conseguir un puesto de trabajo, a superar obstáculos
sin ayuda, mantener una familia, hasta llegar a ser viejecitos y
acordarnos de todo lo vivido…
Hay veces que todos
esos problemas se hacen tan grandes como la más alta de las
montañas.
Es entonces cuando
recurres a tu pequeñez para esfumarte del mundo real. Recuerdas
cuando no hace mucho, tu vida se basaba en construir castillos de
lego, jugar partidos de fútbol sobre aquella vieja alfombra,
fichando tus mejores muñecos de goma para hacer un once de lujo.
Ni que decir tiene
el ganarle a los tazos al vecino, o cuando perdías a las canicas y
las perdías, intentando recuperarlas más adelante por orgullo. Sin
olvidar cual trompo de los del corrillo de amigos, era capaz de estar
más tiempo girando sobre sí mismo.
Volver a ese pasado
reconforta. Curiosamente cuando eres pequeño, deseas hacer cosas de
mayores. Pero… cuando eres mayor, logras ver que te equivocabas,
porque ser “niño” era sin duda, la mejor etapa de nuestra corta
existencia.
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