20.30 de cualquier
tarde entre semana, al bajar hacia casa, allí sentado, en la misma
mesa que el día anterior, la última pegando a la esquina del cruce
entre la plaza; En la misma posición, con vistas a la avenida;
Siempre con un descafeinado medio templado en taza blanca…
Únicamente cambiaba entre día y día, el color de cada atardecer;
Algunos días tibio, otros difuminado, otros ensordecedor.
Aquél anciano, con
sus gafas a medio caer, apoyadas sobre el hueso nasal, fijamente
leyendo el periódico. Y parecía que la rutina se repetía
exactamente a idéntica hora, pues siempre procuraba dejarme caer por
allí con exactitud; No fallaba.
Si no fuera por sus
diferentes atuendos y la evidentemente diferente portada de “El
País”, juraría que era un hecho revivido una y otra vez.
Era curiosa la
puntualidad con la que acudía a su cita, su desatención hacia el
entorno que lo envolvía; Ni ruido, ni ajetreo de personal, nada
lograba despistarlo ni un ápice de su tranquila lectura. Todo ello
en días de verano, sin notar su ausencia ni una sola jornada…
Pero llegó el
otoño, y su presencia se esfumó como si nada; Su rostro pacífico,
la experiencia de sus arrugas, su vitalidad, su cámara lenta al
pasar de página el diario, sus recuerdos e historias, simplemente
desaparecieron sin más...¿Qué sería de aquél hombre del
periódico?
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