La belleza sencilla
e imperfecta del otoño es algo que me atrapa. No sigue patrón, ni
posee timón que lo domine, simplemente campa a sus anchas, como un
invisible alocado que altera tu vida en un abrir y cerrar de ojos.
Días más cortos,
sí; Más fríos, también. Pero el humedal que riega la hierba
fresca, la enorme moqueta amarilla y dorada vistiendo la desnudez del
suelo, el leve susurro del río comenzando a despertar de su letargo,
los atardeceres rosáceos similares al edén, aquél lejano canturreo
de pájaros que aún se resisten a su partida… ¿Acaso no merece la
pena?
Lo definiría como
un fenómeno invisible, que con tan solo rozar lo que toca, lo
convierte en oro visual, para después morir, pero con la única
intención de que resurja más bello posteriormente.
Copas de árboles,
en las que el sol irrumpe con su poderoso reflejo…
A pesar de tener las
manos frías, los pies escarchados, aunque me sorprenda una diminuta
llovizna, el corazón se mantiene caliente.
No es tan triste su
cara, pues es como la segunda oportunidad de la primavera, donde cada
una de las hojas que se sostienen, se asimilan a una delicada flor.
Dicho otoño ama a
la primavera… Siempre queda como la estación que vuelve feo su
entorno, la que lo estropea todo cuando arrecia en sus meses, pero lo
hace por amor; Porque le otorga el honor a su primavera, de que sea
la encargada de florecer lo que el otoño supuestamente “estropea”.
Pero nadie lo entiende… No hay que ser muy vivaz para darse cuenta
de que lo que parece ser frío superficialmente, esconde una cálida
razón en su interior.
Antes se me olvidó
mencionar al viento, que sin excederse en rudeza, levanta miles de
huellas sobre mi piel, por si olvido quién soy o de dónde vengo.
También me acerca el aroma de la persistente jara y la savia del
largirucho pino.
Mientras me despojo
de mis quehaceres, me postro a la orilla del pacífico riachuelo,
sobre un colchón de hojuelas que se resquebrajan al dejarme caer
sobre ellas.
Miro hacia arriba…
Y ese cielo tintado de gris no embauca mis sentidos, tampoco la
lluvia plateada empapando mi camino.
Recuerdo que todo
esto es un ciclo, que nada es lo que parece, que todo posee una gran
belleza si se sabe apreciar, que siempre tengo tu mano esperándome
al otro lado. Y de momento, por cada hoja que cae, es un instante de
delirio que te pienso. Yo elijo al otoño, este bonito cuento, no por
lo que me muestra, si no por lo que esconde, por lo que me hace
sentir...
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