Con el primer
suspiro de la mañana, tus huellas se borraron de mi piel, mis
pensamientos se alejaron de ti, como se aleja aquél barco de su
morada.
Mis ojos dejaron de
mirarte, mi cuerpo se alejó de tu orilla y mis ganas se esfumaron
como si nada.
El tsunami de tu
cuerpo se despide y no precisamente hasta mañana… Me olvido de
tantos besos en la espalda, de sonrisas en la madrugada, de tus
mejillas rosadas, de comernos los vértices hasta que amanezca la
mañana…
Nuestro vello
despuntado, entre sábanas, nuestro cuerpo acalorado, adaptándose a
las sugerencias de la luz de luna, entrando por nuestro costado.
Todas aquellas
palabras inventadas, son ya parte de la nada, ahora serán
distanciadas.
Y qué decir de tu
mirada, que con la complicidad de la mía, jamás volverá a ser
acariciada, simplemente en el recuerdo, como un sonido en bucle,
jamás esperes una llegada.
Se perdió el eco de
tus piropos resonando en mi tímpano, la melodía de tus canciones
paseándose cuan bello susurro al piano.
No hay abrazo, ni
gestos, ni arrepentimiento, pues mis lágrimas correrían mi pintura
de payaso, aquella que no hace mucho lograba hacerte reír sin
fracaso.
Evité, cuando me
alejaba lentamente, observar tus cabellos alborotados, cautivando al
viento, desprotegiendo las tiernas arrugas que dibujaba tu frente. Me
detuve al levantar mi mano, muy lejos de la tuya, era más tarde que
temprano.
Me di la vuelta,
vislumbrando tu silueta, propiciada por un contraluz que jamás
volvería a repetirse, no lo negaré, estaba triste. Pero debía
partir, bastante me complaciste.
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