Palpo tu boca
dulcemente, voy dibujándola con mis dedos, como si fuesen pinceles
que se humedecen de la miel que emanan tus labios. Las caricias en tu
pelo presagian un desenlace de sentimientos. Y te miro, me miras,
jugando a acercarnos cada vez más, mientras nuestras retinas parecen
agrandarse en un brillo único. Estrechamos el cerco a escasos
milímetros, hasta que el primer roce estalla en nuestro estómago, y
tengo la sensación de que tiemblo, de que tu respiración se
acelera, mientras nos llevamos las manos el uno al rostro del otro,
cómplices de una noche de luna opacada por nubes ligeras.
Y nos dejamos
llevar, por el sabor del otro, mezclando el aroma de nuestro perfume,
estrechando nuestro cuerpo, nuestros corazones. De pronto, desaparece
el frío que minutos antes me invadía.
No sé por qué me
siento a salvo, mientras tus manos pequeñas, apuran las mías,
mientras nos ruborizamos en la oscuridad, mientras respiramos de la
boca del otro… Plasmando para siempre el momento, bajo un manto de
estrellas oculto entre la neblina...
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