Me siento como el
vaivén de una ola salada del mar, cautivada por el influjo de luna,
que avanza y retrocede sin ser dueña de sus actos.
Siento rozar
suavemente mi orilla, sin llegar a tocarla del todo; Esa sensación
de tenerla tan cerca, y a la vez tan lejos, pues al estar apunto de
deslizarme sobre sus diferencias, debo echar marcha atrás.
La luna me castiga
sin tierra firme, egoísta de que ella no puede relucir como sus
parientes las estrellas. Pero no se da cuenta que es única, que su
brillo no es superficial, sino interno.
Si supiera esa luna,
que aquí abajo, mientras miles de personas, se deleitan en mis
aguas, la idolatran en la noche, que querrían tocarla, o bajarla,
incluso regalarla… Quizás si entendiera todo esto, no me
castigaría, seguramente no influiría en mi movimiento, me
permitiría ser libre.
Aunque el caso, es
que a mí me gusta ser el espejo donde ella pueda reflejarse, y
aunque me castigue, ella me necesita, pues ama poder verse reflejada
en mis aguas, cuando la oscuridad se cierne sobre un manto negro en
la noche, soy su única aliada...
Y si...¿No es ella
la que me influye? Y si… soy yo, el agua del mar, la que se deja
llevar por la belleza de aquella princesa nocturna en la lejanía. Y
al intentar tocar tierra, el reflejo de dicha belleza me conmueve, me
impide ser libre…
Lo cierto es que
ella me necesita para observarse cada noche, y yo la necesito para
embellecer mi oleaje, para deleitar al mundo…
No me importa que
esté lejos, creo que la amo, y quizás ella me ame a mí. Y lo sé
porque me conformo con cubrirme con la luz de su reflejo. Y jamás
querría bajarla, porque tal y donde está, se alza perfecta.
Muchas leyendas
cuentan que la luna a ama al sol, y viceversa, pero son
incompatibles, se rehuyen.
Prefiero pensar que
la luna y el mar son los que de verdad se aman… ¿Por qué? Porque
estando tan lejos reaccionan e interaccionan entre ellos. El astro
consigue alterar la marea… Y la marea, refleja la magia de la luna
como un espejo de sinceridad… Juntos crean magia… Y en la magia
reside el amor. Y aunque el sol le de ese brillo superficial, yo le ofrezco mi inmensidad
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