Ambos, esperando el
primer paso el uno del otro, creyendo que el tiempo por su propia
aceleración, lo haga por ellos. Que ilusos por no actuar sin perder
un segundo.
Uno en su azotea
observando la luna, pensando en el otro… El otro desvelado sobre su
colchón de plumas, inventando historias con el otro.
Y me rasgo las ideas
y pienso… ¿Por qué no se dan un momento? Si sienten algo deberían
correr para estar juntos, aunque solo fuese un instante.
¿Acaso no es
potente el impulso de escapar? La fuerza y el deseo de encontrarse,
de perderse en el silencio de la madrugada, escondiéndose de la
rutina, esquivando las reglas que supuestamente mantienen sus
ataduras.
Se llaman a gritos,
sus miradas reflejan lo común y las diferencias que los envuelven,
aun así no parece ser suficiente… No se dan cuenta que quizás
mañana no tenga remedio.
Curiosamente lo más
evidente parece ser lo que permanece ante nuestras retinas, incapaces
de verlo, o simplemente se hacen los disimulados, muriendo por
dentro.
Contrariados y a la
vez decididos, cambian los papeles, pero no para salir a
reencontrarse.
¡Qué estupidez!
Ahora el que observaba la luna corre a desvanecerse en la cama, y el
que remordía su conciencia sobre la almohada, pasa a intentar tocar
la luna, conformándose ambos sin tener una bonita historia.
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