Amo la ternura con
la que pataleas sobre la humedad de la cama, después de propiciarte
una dosis de cosquillitas sobre tu vientre descalzo. Y más aun amo
cuando te cobras venganza rato después, acercándote a soplarme la
cara mientras dejo descansar mis párpados tras un momento de
éxtasis.
Entre juego y juego,
nos dan las tantas, pero no importa, sabes que me encanta; También
me encanta repetirte que el océano a tu lado, parece un pequeño
charco, nada comparado a la exquisita curvatura que enfoca tu retina.
¡Como me gusta
hacerme el dormido para que entres a la ducha!
Y pillarte por
sorpresa, enjabonando tu piel de terciopelo con la yema de mis dedos,
mientras entono un dulce tarareo mezclado con la melodía del agua
que al caer, rocía tu pelo.
Me aprovecho de tu
estado de relax para masajear tus salientes omóplatos, a la vez que
hago recuento de cada uno de los lunares que estampan tu cuerpo.
Y muero, cuando te
giras, acaricias mi rostro, entre luz de velas, pétalos rojos,
sonando de fondo nuestra canción en la radio, con la cuál me
sonrojo.
Y me besas bajo una
cortina de agua templada, calando la cercanía que separa
milimétricamente tus manos de las mías.
El reloj parece
detenerse, contrariando al corazón, que late fuerte. Y nos
deslizamos las sonrisas
por cada poro de
nuestra epidermis, volviendo locos los sentidos, congelando el
momento, sabiendo que esta noche no dice adiós, tan solo hasta
luego.
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