Aquella linda amistad iba por el camino de convertirse en algo único y maravilloso. Jamás se había dado algo tan puro, hombro con hombro, codo con codo, lágrimas espantadas por sonrisas cómplices. Momentos bajo la lluvia, de reflejos en los charcos, rezagados entre el sol, caricias llenas de aliento.
Abrazos que emergían desde el fondo de dos personas necesitadas de cariño.
Aquél solitario muchacho la buscaba entre la gente, su mirada, su cara de ángel, que lo hacía feliz por instantes, compartiendo un pedazo enorme de su vida, aquella compañera increíble.
Ella lo trataba como nadie lo había aceptado, dejándolo ser tal como era, acunándolo en sus brazos, secando sus lágrimas de plata fina. Él se preguntaba si sería real, pues el miedo lo envolvió por si aquél regalo de la vida alguna vez desapareciera...
Jamás abandonaría ese tesoro de carne y hueso que tanto le aportaba, sin importarle el resto de personas que giraban en torno a ella
Quizás si ella se hubiera puesto en su lugar habría entendido las circunstancias, de cuando alguien te necesita, te elige para abandonar la soledad, sólo por el hecho de hablar o abrigar su silencio...
Quizás sólo fue temporal, puede que las promesas sean la trampa en la que caemos continuamente, pero el tiempo hizo mella... Ahora casi no queda nada, simplemente recuerdos de un invierno transformado en primavera, que me mantiene tiritando suavemente.
Aunque por dentro quisiera que todo fuera como antes, la actitud a veces no nos deja opción, de abandonar aquello que queremos pero nos hace daño.
Puede que desaparezca por completo, puede que aquella muchacha vuelva a abrir la puerta que dejó entornada, depende de lo que su corazón le dicte, pero jamás hay que dejar escapar alguien que por tí dió los mejores regalos que se pueden ofrecer.
Sigo aquí, jamás me fuí, me olvidaste cuando siempre te necesité, cuando sabía que lo ibas a a hacer. ¿Que soy para ti? ¿Cuanto te importo? Ahora... sólo depende de tí.
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