Quiero romper los moldes, forjando uno a mi tierna medida. Romper con las tradiciones impuestas, dejar paso a lo imprevisible, volar tan alto como los satélites, evadiéndome de un mundo que se quiebra en pedazos invisibles para ojos que nada percatan.
Soltarme en caída libre sin miedo al golpe, que mi esperanza sirva de parapeto, poniéndome un mar de belleza al fondo, cuyas olas son mis sueños meciéndose libremente sin rumbo fijo. Que mi odisea no sea una línea recta perfecta, sino una elipsis cargada de emociones imperfectas.
Blanco y Negro mezclados, manando ténue color, dónde la nada se borra, huyendo cobarde.
Allí tan cerca, un lugar donde la noche brilla a la luz del sol, intercambiándose con los girasoles, que por contra bailan como luceros, a la sombra de una luna menguante.
Desde mi cielo, oculto de la triste realidad que antaño apagaba mi alma, sobre una alfombra de intenciones silenciosa, especial, rasgada únicamente por el valor del viento que la intercala.
Mundo ideal, sofisticado, cercano a un desinterés que se evapora, tras una cortina de lluvia de perseidas imprecisa, movida por el albedrío, bella como ella sóla.
Secuestrado por una ráfaga de valor, que se mofa del miedo, prácticamente impenetrable, más ruda incluso que la barrera del sonido.
No necesito más, que mirar hacia el suelo, para darme cuenta que estoy por encima, que soy yo el que pisa fuerte... Un reflejo de un cachito de cielo en la mismísima Tierra... Y para que quiero más... Es hora de saltar, desde aquel trampolín llamado «riesgo», y después dejarme influir por el poder de la marea que me rodea...
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