jueves, 5 de junio de 2014

Pesadilla dentro de una pesadilla

He pulido mi mente, hipnotizada en un escritorio añejo, mientras ha llovido lo indescriptible. Hasta que un jilguero se ha dignado a despertarme de una turbia pesadilla. En una fracción de milésima de segundo, una ilusión óptica reflejada en mi pupila: La tinta de mi bolígrafo se ha suicidado hacia el vacío del pálido papel. He perdido docenas de páginas de una historia que poco a poco ha ido cobrando forma, enraizada en una sola idea, clara y concisa. Me debato entre quebrar los folios con la fuerza de mis dedos, o por el contrario, aplastarlos, hacer una bola y encestar en la papelera. El jardín, impregnado en ramas, cuyas flores emergen como letras del abecedario, surge tras una soledad que incluso reconforta, dónde rosas negras inmunes, son la mejor compañía. Con rebeldía, estudio mi situación geográfica, en un plano cartográfico, dibujado en la humedad del cristal ahumado, situado al alcance de mis ojos húmedos. Aprovecho para asomarme de reojo hacia el exterior, percatándome de la presencia de ángeles negros rondando mi aurora. Como si un flash de una réflex se tratase, padezco un segundo con mis párpados entornados, observando extrañas luces en la pantalla reducida, de mis ojos entrecortados. Pierdo el equilibrio, pero no caigo; Tropiezo más de dos veces en el mismo impedimento. Siento una lluvia de gotas oscuras, empapándome hasta los latidos del corazón, rodeado por paredes con grietas que gritan fuerte y desagradable. Irremediablemente, siento que caigo de un desfiladero, desprovisto de piedras, lleno de palabras fantasmales, y antes de caer… Despierto. Me encuentro bajo el agua de la ducha, en una mañana excepcionalmente brillante. Izo la vista al jardín. Sol radiante, flores de color, historias cargadas de amor y esperanza. Simplemente había sido una pesadilla dentro de un pesadilla.

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