Viernes, acompañado del “supuesto” número fatídico trece. ¿Mala suerte? ¿Supersticiones?
¿Historias para no dormir?...
La enorme cortina de lluvia, flagelaba las paredes del
pueblo, los canalones expulsaban agua sin sentido, sin desdén. Truenos
percutían sobre la soledad del pueblo escondido en su hogar.
Mas lejanos, decenas de rayos iluminaban la pesadilla
nocturna, esbozando constelaciones a su paso, superando la velocidad de la luz,
manteniendo el pulso al miedo que se mascaba tras chimeneas avivadas con leña
añeja y farolillos que apenas denotaban una pequeña chispa de luz. La humedad producía crujidos en la madera,
similar a llantos provenientes del más allá. Podría ser algo pasajero, pero…
ojalá fuese cierto… Las noticias de la radio se iban difuminando, por falta de
pilas, aunque un par de emisoras nada más, estaban emitiendo.
La cruda realidad, además del calendario, me muestra que
son ya trece días los que llevamos así; Horas y horas achicando agua con
cubetas de plástico, noches deshumanizadas, sin pegar ojo, contándonos historias
para poder sobrellevarlo lo mejor posible. Mañanas interminables, donde el sol
parecía haberse extinguido por completo.
El tercer día se apagó la luz, el quinto se nos terminó
el gas, el sexto se acabaron los alimentos, el séptimo nos inundamos… El décimo
empezamos a perder la esperanza.
Los coches no funcionan, no hay colegio, ni empresas abiertas,
ni tampoco tiendas para aprovisionar comida, agua o medicamentos. Aparece el
cansancio, la desnutrición, la fiebre, las fuerzas flaquean, antes fijas, ahora
intermitentes como la luz anaranjada de un coche.
Siempre pensamos que hoy será el día en que acabe, pero
no arrecia, se mantiene constante.
Pensar que el mundo está enfadado con la humanidad, con
sus habitantes, con su maldad e injusticia. Hasta tal punto que desea nuestra
extinción. Pero es tan cruel, que no lo hace deprisa, sino que le satisface
nuestro sufrimiento. Y yo me pregunto: ¿Es mejor el mundo que nosotros? La impotencia
de no poder hacer algo por mi mujer e hijos, está terminando por volverme loco,
pero he de luchar. Puede que llegue la calma, o la tempestad nos destruya, ni
lo sé, ni me lo pregunto. Aunque para ser sincero, he perdido la esperanza,
desde que fui a abrazar a mi familia y vi que no sentían dicho abrazo.
Entonces, sólo entonces, comprendí que yo ya había abandonado este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario