viernes, 13 de junio de 2014

Desaparecí con la lluvia



Viernes, acompañado del “supuesto” número fatídico trece.  ¿Mala suerte? ¿Supersticiones?
¿Historias para no dormir?...
La enorme cortina de lluvia, flagelaba las paredes del pueblo, los canalones expulsaban agua sin sentido, sin desdén. Truenos percutían sobre la soledad del pueblo escondido en su hogar.
Mas lejanos, decenas de rayos iluminaban la pesadilla nocturna, esbozando constelaciones a su paso, superando la velocidad de la luz, manteniendo el pulso al miedo que se mascaba tras chimeneas avivadas con leña añeja y farolillos que apenas denotaban una pequeña chispa de luz.  La humedad producía crujidos en la madera, similar a llantos provenientes del más allá. Podría ser algo pasajero, pero… ojalá fuese cierto… Las noticias de la radio se iban difuminando, por falta de pilas, aunque un par de emisoras nada más, estaban emitiendo.
La cruda realidad, además del calendario, me muestra que son ya trece días los que llevamos así; Horas y horas achicando agua con cubetas de plástico, noches deshumanizadas, sin pegar ojo, contándonos historias para poder sobrellevarlo lo mejor posible. Mañanas interminables, donde el sol parecía haberse extinguido por completo.
El tercer día se apagó la luz, el quinto se nos terminó el gas, el sexto se acabaron los alimentos, el séptimo nos inundamos… El décimo empezamos a perder la esperanza.
Los coches no funcionan, no hay colegio, ni empresas abiertas, ni tampoco tiendas para aprovisionar comida, agua o medicamentos. Aparece el cansancio, la desnutrición, la fiebre, las fuerzas flaquean, antes fijas, ahora intermitentes como la luz anaranjada de un coche.
Siempre pensamos que hoy será el día en que acabe, pero no arrecia, se mantiene constante.
Pensar que el mundo está enfadado con la humanidad, con sus habitantes, con su maldad e injusticia. Hasta tal punto que desea nuestra extinción. Pero es tan cruel, que no lo hace deprisa, sino que le satisface nuestro sufrimiento. Y yo me pregunto: ¿Es mejor el mundo que nosotros? La impotencia de no poder hacer algo por mi mujer e hijos, está terminando por volverme loco, pero he de luchar. Puede que llegue la calma, o la tempestad nos destruya, ni lo sé, ni me lo pregunto. Aunque para ser sincero, he perdido la esperanza, desde que fui a abrazar a mi familia y vi que no sentían dicho abrazo. Entonces, sólo entonces, comprendí que yo ya había abandonado este mundo.


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