Cuenta la leyenda de una doncella, de cabellos dorados
como el quilate, de ojos risueños como un arlequín, rebosantes de chispa vital.
Capaz de tocarte y colmarte de la más feliz felicidad.
Muchos han oído hablar de ella, pero pocos la han hallado
realmente.
Cuentan que es una triste mentira, cultivada por mentes
atormentadas, desesperadas por alcanzar la luna cada noche, antes de que salga
el sol por el este.
Hay quienes aseguran que su cuerpo es blanco como la
camomila, de una palidez exuberante y bella; Que si te atreves a mirarla a los
ojos, caerás enamorado de ella.
A veces aparece unos instantes, otras por el contrario,
largas temporadas, o incluso siempre.
Pero es más común no verla jamás, quizás por la
incapacidad de saber distinguirla, porque tal bella dama no se esconde jamás.
Su meta es que todo el mundo caiga en su cuna.
Resplandeciente como un eterno verano, resistente como
aquella flor inquebrantable. Los pequeños problemas no le llegan ni a la suela
de las sandalias de cristal irrompible.
También se rumorea que nace en el corazón, cuando se ama
algo o a alguien, cuando se le ofrece todo, sin recriminarle nada a cambio.
Quienes la han visto también afirman que tiene forma de
sentimiento, pero ¿Tienen forma los sentimientos? Todas son versiones distintas
de lo que es el culmen de la vida, pero yo os diré la mía: Yo no la he visto,
pero sí la siento. A veces es mejor sentir que ver, cerrar los ojos, dejando
paso al corazón. Y es en ese momento cuando la encuentro. Seguramente sabes de
que estaré hablando, pero no seré yo quién pronuncie esa palabra. Mejor intenta
hallar esa dama, para que cubra todos los días con el arcoíris del manto de
seda que sondea su espalda
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