Prometí a mi madre que no bebería, pero claro, una cosa
es decirlo y otra muy distinta llevarlo a cabo. La culpa la tenía aquél chico
que tanto me gustaba, pero indirectamente, porque en realidad era mía.
Mi ignorancia me llevó a seguirle el juego de beber una
copa detrás de otra, simplemente para caerle guay, para que viese que soy como
él, pero nada era real.
Ni estaba siendo yo misma, ni me gustaba probar el
alcohol de aquella manera tan abusiva.
Al final para que aquél tío acabase liándose con dos o
tres chicas, en la barra del pub, y yo volviese a casa con la sensación de
haber hecho el gilipollas.
Aquella noche no llegué a casa, sino que acabé en el
hospital, al haber estrellado mi coche contra otro, habiéndome saltado un stop,
que en condiciones normales, me habría percatado de su presencia junto al
pavimento.
Hoy cuento esto desde una silla de ruedas, lamentándome
cada minuto por aquél cruel momento. Pero la lección me quedó bien aprendida.
Si le gustas a alguien, que sea porque lo hagas tal y como eres, sin
apariencias, con tu forma de ser y personalidad. Sobre todo que el alcohol y
carretera son incompatibles. Puede que sea tarde para mí, o quizás no, pero de
los errores se aprende; Nos hacen mejores personas. Hay que ser consciente de
los actos. ¿Cómo estoy yo? Eso es otra historia…
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