La claridad del día embriaga mis cinco sentidos… ¿O son
seis?... Porque el instinto me advirtió de tu llegada. Por una vez en la vida,
el azar está de mi lado, acompañándome mientras nos comemos a besos,
despertando mariposas estomacales incandescentes.
Quedarme atrapado entre el atardecer de tu cintura me
domina, rebuscando tu piel entre tu perfume inconfundible. La única distancia
que nos separa consta del arrecife que se hace hueco entre tu pecho y el mío.
La luna se para en el horizonte, mientras damos rienda
suelta a nuestra imaginación, en la madrugada, desgastando el último brillo
estelar de nuestras miradas.
Aunque tenga tus besos, me parece más lindo robártelos,
empapándome de la expresividad de tu rostro sorprendido, rebosante de belleza.
Nuestro mundo es cosa de dos, guardado entre la palma de
nuestras manos, más las dos partes unidas de nuestro corazón. Y así, sin más,
mientras la cornisa crepuscular nos agota el minutero, nos arropamos con
nuestra desnudez, sabiendo que para nosotros, el mañana, es ese momento.
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