Observaba desde la azotea que comunicaba con la plaza
mayor, el tintineo de las personas regresando a casa por Navidad, la sonrisa
que escondían en su gesto para sorprender al que posiblemente ni esperase su
llegada.
El cruce con la calle principal parecía un río de
pasajeros con prisa, dejando los preparativos para última hora.
Y en la carretera, fluía una fila intensa de coches, que
tocaban el claxon impacientes si alguno tardaba un segundillo en salir del
semáforo recientemente iluminado en verde.
Otros apostaban por regalar abrazos a diestro y
siniestro, pero en realidad, eran contratados para crear ambiente. Aunque
dentro de los hogares, sí que eran verdaderos.
Los diablillos de ocho años explotando petardos en el
portal de quien no les daba el aguinaldo; Una divertida venganza para que al
año siguiente escarmentaran.
Las luces con forma de campanas y bolas se reflejaban en
el suelo, como si hubiese un espejo translúcido en la superficie.
Los que no estaban, también hacían acto de presencia. Tan
sólo bastaba con tropezar con sus recuerdos lejanos y mirar las estrellas del
firmamento, que a pesar de la contaminación de la sociedad, relucían
espléndidas.
Los dueños de las tiendas apuraban los minutos mientras
apagaban los escaparates tan detalladamente adornados.
De cabeza me traía aquél anciano sentado en la banqueta,
con ese frío… Con su enorme bufanda de terciopelo gris, su chaquetón de franela
desgastado por el paso de los años.
Quizás no esperaba a nadie esa noche… Y esa era mi
añoranza.
Pronto el calor de la ciudad se esfumaría, y la soledad
engalonaría sus trazadas callejuelas. Excepto la luz de la luna que actuaría de
faro para aquellos que se encontrasen sólos como ella…
Todos estaban en su hogar…Las estaciones de autobús habían
devuelto a quién antes se habían llevado.
Para otros, la suerte no había sonreído en esa ocasión,
pero siempre tenían la opción de brindar y felicitarse emotivamente por
videollamada.
La Navidad es un sentimiento muy profundo. No son
regalos, ni villancicos, ni mesas repletas de bandejas con comida…
Es un espíritu, un sentimiento, una declaración de amor.
Es familia, amigos, pareja… Besos, abrazos, noches de hacer el amor ante la
chimenea…
Son recuerdos de lo que nos llena, acariciar el alma de
los tristes, pintar sonrisas donde el gesto yace fracturado.
Es un pequeño detalle del que poder rescatar recuerdos.
Al menos, así lo percibe mi alma de observador.
Pero sobre todo es hacer feliz a quién tienes a tu lado,
de la manera que mejor sepas hacerlo.
Y puede que esta noche me encontrase solo, pero no me
importa. Porque deleitarme con la felicidad de los demás, ya me propina mi
propia felicidad. Y llenarme con cada momento que puedo regalarle a mis ojos,
es un regalo en forma de palabras para los demás.
A los que sois parte de mi vida… FELICES FIESTAS. OS
QUIERO
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