A veces deseo perderme temporalmente, curiosamente uno de los pocos deseos que se cumplen sin pedírselos a una estrella fugaz, ni a las velas de la tarta de cumpleaños.
Porque los deseos los cumple uno mismo si se lo propone, sin acudir a fenómenos naturales, o tradiciones falsas, que lo único que sirven es para darle belleza a algún momento.
Hablaba de perderme, sin nadie, sólo, exclusivamente con la compañía del silencio del entorno, que resulta gratificante, cuando la gota está apunto de saltar al vacío del vaso.
¿Por qué? La respuesta es que es la única forma de desconectar, de evitar que siempre haya alguien tras de ti, sin ser tu sombra, diciéndote cómo tienes que actuar, criticando tus acciones, sean malas o buenas. En este sueño terrenal, una precoz vida, no debería haber reglas, pero sí criterios. Lo que para un colectivo está mal, para otro está bien, o viceversa.
Pero no debe cuestionarse un acto si conlleva a la felicidad, mucho menos si no hace daño a nadie...
Cada vez que paro a descansar bajo la sombra tentadora de un árbol, o en la rudeza de una roca, exprimo mis reflexiones, acabando siempre en la misma reflexión.
Somos personas, fallamos; Unos lo reconocemos, otros no lo hacen, pues su orgullo parece ser su muro infranqueable.
Pero aquí cualquier momento es preciso para dejar de existir; Por eso debemos dejarnos llevar, vivir la vida, disfrutar, no aspirar a mucho más que las pequeñas cosas de la vida, que acaban siendo las más importantes a largo plazo.
Debemos, por un instante, viajar nuestro pensamiento al futuro, y observar que puede que tengamos que estar postrados en una cama, estar incapacitados para actuar como almas jóvenes; Será entonces cuando lamentemos no haber disfrutado, no haber hecho ni la mitad de cosas que hubiésemos deseado. Por eso ahora es el momento, dar el golpe sobre la mesa, atreverse, no quedarse con las ganas de nada.
Para mí hay tres cosas básicas en la vida: La primera es ponerme siempre en el lugar de los demás, pues si me cierro sólo en mi forma de pensar, no avanzaré, seré egoísta, nunca entenderé algo que no coincida con mi forma de ser.
La segunda es no exigirle a nadie algo que yo no me haya exigido a mí mismo. ¿Quién soy yo para imponer algo si ni siquiera yo he sido capaz de hacerlo? ¿Qué tipo de persona sería? No puedo pedir, sin ofrecer. No debo hacerlo, sin dar ejemplo antes.
La tercera conlleva cinco: Perdonar, reconocer, amar, valorar y disfrutar. Tanta experiencia me ha enseñado que son las cosas que mas te llenan, te gratifican, te hacen sentir bien contigo mismo y con los demás. Juntas componen la mejor pieza musical de todos los tiempos, su nombre, más inspirador no puede ser: FELICIDAD.
Seguramente, si todos actuásemos de esta forma, todo sería mejor, más fácil; El mundo no sería tan injusto como en estos tiempos que corren.
Los seres más perfectos son aquellos que son conscientes de su imperfección. Saben reconocer sus errores, sus defectos, lo que les lleva a saber perdonar, a valorar todo. Y esto es la solución de la ecuación para poder disfrutar y amar.
Sé que perderme no sirve de mucho, pues los problemas me siguen esperando, sentados al borde de lo que me cautiva… Pero mientras camino, al mismo tiempo que escribo bajo mi patrimonio, consigo aparcarlos, lo suficiente como para encontrarme a mí mismo. Saber quién soy, que todo lo que hago me hace feliz. Reconocer mis defectos, perdonarme, valorarme a mí mismo, valorar lo que tengo kilómetros más allá. Disfrutar del momento, amar cada día…
Motivos suficientes como para regresar, meter en remojo dichos problemas, transformándolos en soluciones.
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