Aquella tarde llovía demasiado fuerte, el cristal empañado
se lamentaba perdiéndose por sus dos caras, mientras el teléfono agotaba su
batería con el típico sonido molesto y repetitivo… Ni siquiera me calmaba tu
último mensaje de voz, que decía “Volveré Pronto”. Penas con sentido, cartas
emborronadas, lágrimas eternas.
¿Dónde está tu mano? Te arrebató de mis brazos la luna,
envidiosa de tu dulzura.
El tintineo de las últimas gotitas de lluvia, formaba una
pequeña bolsa acuífera, en el desnivel del mármol del poyete. Desconcertado por
ese sonido, abrí mi funda de CDS, aquella que contenía todas nuestras canciones
favoritas…
Luché contra mi mano temblorosa por insertar uno de esos
discos en la mini cadena, pero morí en el intento, pues hay cosas que superan
tus fuerzas.
Lo mismo que deambular por el pasillo recorriendo de punta a
punta nuestro mural de fotos, aquél infinito poster, colocado en orden
cronológico, divisando en fragmentos la historia de nuestra vida, sólo que en
esta ocasión tu sonrisa había desaparecido de mi lado, únicamente tu bello
recuerdo me rondaba.
¿Cuánto tiempo hace que me faltas? Ya dejé de tachar los
días en el calendario, no porque no quisiera, sino porque ya los días no tenían
sentido, mi noción del tiempo yacía escurriéndose por mi alma destrozada.
Nuestro jardín era lo más parecido a ti que me quedaba,
aquellas azucenas con forma de corazones que podabas a caso hecho con esa
romántica forma, las hileras de rosas rojas que plantabas con esmero, o los
geranios multicolor, que parecían caleidoscopios perfectos, cuyo cristal
principal era tu retina.
Ayer me atreví a olisquear en tu diario, incluso me sentía
culpable por hacerlo, ya que son páginas personales, que jamás deberían ser
leídas, pero tan sólo con hojear un par de cuartillas, me pudo su sabor amargo,
que contrastaba con todo lo hermoso que estaba escrito ahí; Desconocía que tu
amor por mí llegara hasta esos límites
No soy capaz de disfrutar de un amanecer sin tus abrazos, o
de un paseo por la playa cayendo el sol, sin escuchar: “Cariño, estar aquí
paseando contigo es uno de los placeres de mi vida”…
¿Por dónde he de retomar el rumbo? Si mi timón era tu amor,
mi destino la eternidad en tus brazos…
Llévame contigo, arrebátame la distancia que nos independiza
el uno del otro. Mi cama sufre vacía, exenta de besos y caricias, mi
imaginación acaba en mi suicidio.
Pierdo la mirada en los azulejos resudados del baño,
mientras me llueve la ducha, pensando en aquellos momentos que acariciabas mi
espalda desnuda con tus dedos, frotando mi cabello, bromeando, con champú para
bebés, que tan estupendamente olía.
Aún se guarda tu aroma sobre la toalla de la isla paradisíaca
que tanto cariño tenías, así como tu bote de perfume medio lleno medio vacío,
en el armario de tus cosméticos.
Cada milímetro de este ahora solitario hogar, me recuerda a ti;
Tu voz sigue haciendo eco en cada rincón, escucho el golpear de tus tacones
llegando a casa cada noche, supongo que estoy volviéndome completamente loco.
¿Y me importa?
Lo cierto es que dejé de importarme hasta a mí mismo, me
abandoné aquél día cuando recibí la llamada de teléfono más cruel que he podido
vivir jamás
Estoy condenado a morir con tu ausencia, a perderme tras las
rejas de una noche que me inhabilita para poder cazar estrellas, apagándome
lentamente, pero yo, no ellas.
Echarte de menos es el frío iceberg que hunde mi corazón
enfermo, relegado por los caprichos que nos embaucan, robando nuestro tesoro
apodado “felicidad”.
Antaño subía peldaños, ahora poco a poco ellos escalan por
mis pesares, como enredaderas creciendo ante algo impasible
Cuentan que nadie muere por nadie, error, yo dejé de existir
el día que tu corazón se paró, aquella noche, cuando tu locura te condujo a
cruzar un maldito paso de peatones con semáforo en rojo. Ahora doy vía libre a
la paradoja de mi cercana muerte, enredándome en los arraigos que mis heridas
supuran.
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