sábado, 18 de enero de 2014

3 a.m



Tres de la mañana; Desvelo perturbador, parece que llueve ligeramente, pues únicamente alcanzo a escuchar el clic clac de gotas careciendo de fuerza, quizás porque estoy tapado hasta la nuca, escondido del frío que azota fuera.
Me levanto con ambos pies en el suelo, mi sensación térmica cae en picado, calzándome con mis viejas zapatillas, en ese momento heladas como témpanos.
Quizás una leve pesadilla me ha impulsado a despertarme, aunque no lo recuerdo claramente. Aprovecho para asomarme por el cristal de la ventana, el cuál permanece humedecido y con mucho vaho. Restriego con mi mano para observar con más claridad, aunque en segundos se empaña de nuevo. Por la rendija de la persiana, observo las ondas que se dibujan en los charcos, efectivamente, con muy poca energía.
Recorro el pasillo a oscuras, tentando las paredes, en esta ocasión mis guías hacia el lavabo. Tengo una sensación de mareo recorriéndome el cuerpo.
Por el ventanal del aseo, observo un cielo rojizo, borroso, más triste que los árboles a finales de la estación otoñal. Pero a la vez me causa paz.
De vuelta a la cama, cierro la puerta de mi habitación al pasar, resquebrajando el silencio con un chirrido sacado de una película de terror.
Me doy cuenta de que me había dejado el ordenador encendido, pues los leds del ratón y el botón de ON engrandecen mi sombra en la pared de enfrente.
Sólo cuatro minutos han transcurrido. Me despojo de las zapatillas, que ya desprenden calor humano, me introduzco lentamente en la cama, adormilado, buscando, como siempre, el lado derecho de la almohada. Cierro los ojos, el repicar de la lluvia cesa, pienso en ti, sonrío, vuelvo a conciliar el sueño.


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