lunes, 27 de mayo de 2013

En el Lago - Capítulo 9

Qué buen día se había presentado, Mamá estaba muy recuperada y yo tenía ganas de vivirlo al máximo, como si fuera el último.
Hice los recados y ordené un poquito la casa, para dirigirme al instituto.
No me gustaba nada, pero yo también tenía que poner un poquito de mi parte, puesto que era muy caro estudiar allí y a mi madre le costaba mucho ganar ese dinero.
Al igual que yo quería que ella cambiara conmigo, yo era el primero que tenía que poner de su parte, hacerlo por ella, que, al fin y al cabo, sólo quería mi bienestar.
Mi pensamiento que más me tenía atrapado en ese momento era que llegara la tarde para ir al lago, pero se lo iba a contar a mamá antes, no pensaba engañarla más.
Hoy tenía que descubrir quién se escondía tras los mensajes en la botella, y el plan tenía que resultar fuese como fuese.
La mañana se pasó en un instante, empecé a poner más empeño en las clases y a pasar de todo aquél que no merecía la pena. La mayor bofetada es la que no se da.
Terminaron las clases y corrí a casa; La comida estaba preparada y mi mamá con una enorme sonrisa en su rostro y muy mejorada. Yo feliz de que estuviera así.
Después de comer le dije que le tenía que contarle una cosa que para mí significaba mucho; Se sentó en su butacón color canela, su preferido, y se dispuso a escucharme
Empecé a enrollarme y a enrollarme, y a la vez que se lo contaba le brillaban los ojos, como si le sonara de lo que estaba hablando, pero lo único que me dijo fué que podía ir pero con mucho cuidado, siempre y cuando antes terminara mis tareas. ¡Eso estaba hecho!
No era muy tarde así que tranquilamente terminé todos mis deberes y tareas de la casa.
Preparé mochila, algo de comer, agua y ropa de abrigo, pues estaría más tiempo hoy.
La tarde lucía espléndida, tanto que disfruté del camino más que nunca, fijándome en cada pequeño detalle, fotografiando todo lo que parecía fuera de lo normal...
Justo cuando llegué corrí a buscar la botella, que esta vez no estaba por ninguna parte, por más que recorrí la orilla, la tierra, los árboles cercanos... No di con ella, aún así el plan seguía en pie, no podía irme así.
Aún faltaba mucho tiempo para que la tarde menguase, debía matar el tiempo hasta que la luna apreciera blanca en el este...
Desaté la barca del pequeño muelle y me adentré a dar un paseo, cosa que llevaba sin hacer el suficiente tiempo como para olvidarme de algunas sensaciones que sólo ahí sentía.
La brisa era algo calentita, una temperatura ideal para estar allí, en ese preciso momento.
La quietud del agua era tan evidente, que decidí pegarme un baño. Me despojé de la ropa y pegué uno de esos saltos, en los que cierras los ojos y sólo sientes cuando caes y el agua salpica haciendo ecos en todo el lago...
Ya mismo se hacía tarde, subí a la barca y remé de vuelta hacia la orilla, volviendo a anudar la pequeña embarcación al muelle.
Me vestí, cogí la mochila e hice como si me fuera por el camino de regreso, pero no iba a ser así, puesto que tomé el camino de regreso, sí, pero después giré en una bifurcación que me llevaba a la otra zona del lago, ocultándome entre los árboles.
En ese lugar sería donde permanecería a la espera de ver algo o alguien, que por fin encontraría la respuesta a mis preguntas.
La última luz del día, anaranjado cielo, pronto tornaría en negro estrellado... Hacía frío...
Me abrigué con la ropa de más que había traído y me comí el trozo de tortilla que había sobrado en la mañana, recostado contra un árbol, que tenía forma de persona, pies, dos ramas enormes como brazos, y cabeza de pelo verde aceituna...
Esperaba que pasara algo pronto porque tampoco podía volver muy tarde a casa, puesto que ya que mamá había confiado en mí, tampoco podía abusar...
Lo único que alcanzaba a escuchar era el cantar de los grillos y el sonido del agua...
Ya empezaba a pensar que el plan había fallado, igual podía ser que me hubieran visto esconderme y por eso nadie aparecía...
No sabía como actuar, pues era casi media noche... Debía irme, para no preocupar a mi madre, su delicado corazón no estaba para sustos ni ajetreos.
Agarré la mochila y me levanté despacio, pero entonces, para mi sorpresa, una silueta apareció sentada al borde del lago. Me entró un estado que no sabría cómo describirlo: Nervios, miedo, intriga, emoción...
Salí de entre los árboles y me acerqué suavemente a la silueta, despacito no se fuera a asustar... Estaba justo en su espalda, estiré mi brazo y agarré su hombro con la palma de mi mano...
Deja que te vea, dije. Y esa forma humana ocultada en la oscura noche, se giró hacia mí...

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