Hoy me he sentado frente al monitor de mi ordenador,
mirando fotos del Facebook, buscando algo que escribir.
Y de pronto he hallado la persona perfecta para el día de
hoy.
Una persona que me ha marcado, que aunque no lo sepa, me
ha cambiado mucho más de lo que cree. Y para bien.
Pero bueno, empezaré a contar un poquito su historia, lo
que creo que le ha ocurrido y como ha cambiado un poquito obligado por la falta
de aceptación.
La primera vez que vi a Álvaro, fue una tarde fría en el
parque de San Juan de la Cruz, iba con un pantalón azul marino de chándal y una
chaqueta azul claro, montado en su bicicleta.
Yo estaba ensayando con mi grupo de compañeros en la
banda. Mi primera impresión fue que era un niño reservado y algo tímido.
Después lo vi unas cuantas veces más en el mismo lugar. Pensé que le gustaba la
banda.
Pero la oportunidad de hablar con él y ver cómo era
realmente fue un día en las pistas de la Ciudad Jardín, echando una pachanga de
fútbol. Ahí fue cuando descubrí que de reservado y tímido no tenía nada, al
contrario, hablaba demasiado y era un poquito cabrón.
Al tiempo, vino a apuntarse a la banda, de tambor, al
igual que yo. Estaba en mi equipo como dirían en “La Voz”.
Poco a poco empezamos a conocernos, a irnos de campo, a
reír juntos, jugar al futbol, pero sobre todo compartir la afición de tocar el
tambor, cosa que a Álvaro se le daba muy bien. Ha sido un crack todo el tiempo
que hemos estado tocando juntos.
Era bastante revoltoso, muy inquieto a veces, pero dentro
de su cuerpecillo tenía un corazón muy grande, a pesar de buscarse algún que
otro capón de vez en cuando.
Recuerdo aquél dibujo que me hizo tan cariñosamente y con
tanta ilusión, el que aún tengo colgado en la pared de mi habitación y que
jamás quitaré… Hemos vivido muchas cosas juntos, pero sinceramente, ahora lo
echo de menos, porque sé que aunque a veces se va demasiado de la lengua, ha
sido muy sincero. Me ha ayudado muchísimo en mis días grises. Hemos tenido una
amistad en la que se ve claramente que la edad no importa, ni el peso, ni la
altura, ni la forma de ser, porque ninguno nos fijábamos en eso.
Pero voy a ir al punto más importante de este pequeño
texto. Álvaro tenía una pequeña inquietud dentro de su pequeña cabecita loca.
Se encontraba un poquito apartado en cuanto a chicas se refería, quizás porque
no tenía un cuerpo diez como algunos chicos de su edad. Yo veía eso claramente,
pero lo que él no sabía es que tenía otras miles de cualidades, como su humor,
su capacidad de hacer reír, todo el cariño que podía dar, la capacidad de
improvisación y espontaneidad que poseía. Para mí, esos rasgos eran dignos de
catalogarlo como una gran persona. Y las
personas que de verdad lo queríamos, lo aceptábamos como tal, porque era una
persona increíble, más de lo que se pensaba, y no tenía que cambiar nada para
agradar a nadie. El que no lo aceptase que le dieran porsaco, pensaba yo.
Tiempo después, veo que ha querido cambiar su situación,
que ha querido volverse moderno, ir al gimnasio, poner cartelitos de que ese
gimnasio es lo mejor de su vida.
Y me parece estupendo que lo haga, porque es algo que le
sirve para encontrarse agusto consigo mismo, pero amigo mío, a mí no me
engañaba esa actitud… Su felicidad no es ver un puñado de mancuernas ordenadas,
para nada. Ese es el disfraz en el que se oculta para esconder sus ganas locas
por tener una chica que lo quiera, porque lo conozco.
Aun así, a mí el pequeño Álvaro, el que conocí, el que me
ayudó en mis días, para mí era muy grande, no tenía que cambiar nada… Y le
agradezco a la vida el haberlo conocido. Para mí siempre ha sido, es y será
alguien especial, ese hermanillo pequeño que nunca he tenido. Te quiero.
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