El carmín silencioso de tus labios, se impregna en la
calima que transpira mi cuerpo.
A cada que paso que avanzas, me insinúas que el amor se
escribe de miles de formas bonitas, pero se hace locamente, con un toque
salvaje.
Esa adrenalina hirviendo, que rebosan los filamentos de
tu calidez, es la encargada de despertar y mantener vivos nuestros cinco sentidos.
Es preferible que permanezcan al límite, al borde del
éxtasis, antes que deambulen aislados en el fondo de nuestras ganas.
Esta llama, que se mueve en zigzag, irrefrenable, avivada
a raíz del baile unísono de nuestros cuerpos, brilla como una melodía
incontrolable, apodada “locura”.
Nuestra Ilíada se encauza en una danza al azar sobre las
manecillas del reloj, al que le robamos todo el protagonismo.
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