Suenan en mi
cabeza ecos repetitivos de almas perdidas, pidiendo auxilio... Se ahogan, su
nostalgia hace puenting en la hoguera,
arrimados al peligro que les produce la sensación de malestar que les niega ver
mas allá de la simple mirada. En una superficie repleta de sin sentidos.
Tienen miedo a
caer mal, sin embargo, no ser como el resto, no está de más. Su mochila repleta
de cargos de conciencia, les impide avanzar sin recordar, pero la suerte no les
devolverá a lo real, sino su capacidad para levantar, lo que detruyeron, jamás
volverá.
Desatarse de
la crueldad que les persigue, alejarse de la vía que siempre los conduce en línea
recta, profundizar en lo sinuoso para
encontrar la calidad de lo que se esconde en lo desconocido.
Respirar un
milímetro de cambio necesario, bastará para nadar con más energía hacia la
salida, eleverá las alas para extenderlas sobre el cielo sin coste alguno, sin
que importe lo que difamen aquellos que no surcan los sueños. No consiste en
llegar primero, sobradamente suficiente
basta con llegar al horizonte, mientras la fama y codicia sólo lo divisa
a kilometros.
Nada es lo que
se ve, todo es lo que se siente. Los problemas intentan perseguirnos hasta
extasiarnos, aunque mejor es detenerlos poniendo nuestra sonrisa por frontera.
Y si necesitan
de lujos, otros tan sólo anhelan detalles, que cuando suene la campana al final
del túnel, llenarán de tranquilidad y felicidad el rápido recorrido de rotación
por su ciclo.
Sólo al
entenderlo, los gritos se transforman en fantasmas liberados por simples
palabras capaces de indagar en lo sensible, que se escapan junto con su cárcel,
dando pausa a mi cerebro almidonado, en cuyo interior se refugiaban.
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