Supongo, que al final
siempre acabo acudiendo aquí, al lugar donde puedo sentirme más alto, donde no
me siento tan pisoteado.
Este bendito oasis, donde los
únicos baches son girones de nubes rosas como el algodón de azúcar, donde el
cielo se percibe un poco más cerca, y no tan desconocido como metros más abajo.
Y ese silencio, que piensa
en voz baja, que ni se inmuta, que permite escapar mis pensamientos por una
fracción de tiempo.
Y que si algo me despeina,
es mi locura al viento, acompañada de esos fuegos artificiales que rodean al
sol antes de su despedida temporal.
Y asistir al encuentro etéreo
de la luna y el sol, contrapuestos en sus mundos paralelos, habitantes de la luz
y la oscuridad, esos polos opuestos designados a compartir destino a medias.
Aquí siento que haga lo
que haga, nada me va a juzgar…
Lo malo de ello, es tener
que regresar por el mismo camino donde he venido, el que me conecta con la
realidad que tan poco quiero. Y es que si me dieran a elegir, escogería la
locura, que no es más que lo que me hace diferente, diferencia que me lleva a
querer emprender nuevos viajes, lejos de esas penas que atentan contra mi
felicidad.
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